Reto 3: días en el museo (relato inspirado en Borges)

 Me gustaba pasar los días en el museo, era interesante observar a las personas contemplar el arte, llegaba a resultarme más entretenido que ver las propias obras. Cada fin de semana, me sentaba en alguno de los bancos y podía quedarme allí durante horas enteras, con el simple objetivo de mirarlo todo. Fue por aquel entonces cuando llegó al museo un cuadro que se convirtió en leyenda. Se decía que aquel que examinara la pintura atentamente, podría ver reflejado su auténtico ser en esta. Por esta razón, desde que llegó al museo se convirtió en el objeto de atención de todos los visitantes.

El lienzo en sí no era demasiado llamativo, representaba un paisaje nocturno, con ruinas antiguas que parecían ser romanas o griegas, por el tipo de columnas que aparecían; las luces de algunas farolas dejaban atisbar una iluminación pobre dentro de aquel lugar emblemático, además de una luna excesivamente grande y unas estrellas que no parecían formar parte del cielo, sino estar simplemente de adorno, como colocadas al azar. Las pinceladas del autor eran correctas, los colores fríos, estaba bien dibujado en sí, pero no había nada sobresaliente. Yo mismo lo vi sin interés, no me parecía nada especial para detenerse, creo que fue precisamente por esa razón que cuando escuché la leyenda que escondía aquella obra no pude menos que mantenerme escéptico. ¿Cómo iba a ser aquello posible?
El cuadro fue añadido a la colección el día 22 de abril y aquella misma tarde fue cuando un hombre se volvió loco después de observar el lienzo, se puso a gritar y salió corriendo del edificio. Aquello, claro está, atrajo a una avalancha de turistas que duró meses. Después de un tiempo, viendo que no volvía a suceder nada parecido, se acusó a la institución del museo de haber contratado a algún actor para que hiciera aquella interpretación y atraer visitantes. Sinceramente, yo mismo lo pensaba, aunque no lo manifesté nunca en voz alta por miedo a que me prohibieran entrar en aquel lugar que formaba ya parte de mi propia rutina.
En septiembre de aquel mismo año, me encontraba yo en la sala donde estaba expuesta la obra problemática, cuando vi que una mujer la examinaba con recelo. Después de unos minutos, me sorprendió ver que unas lágrimas corrían por sus mejillas, cabizbaja se dio la vuelta y se marchó con paso firme, solo tuve tiempo de ver un rostro que reflejaba una infinita tristeza. Al día siguiente, esa misma cara estaría por todas partes, porque había explotado la noticia del suicidio de aquella mujer que descubrí entonces que había sido cantante. Hubo todo tipo de sospechas, teorías, programas de discusión e investigaciones sobre cómo alguien que estaba comenzando a tener éxito había decidido poner fin a su vida de forma tan repentina.
Aquello me dejó muy pensativo, en esta ocasión no se hizo publicidad del museo, por lo que no ganarían nada, ¿qué había pasado entonces? Quizás aquella mujer tenía alguna relación con el pintor, sin embargo, descarté rápidamente esa idea, porque este había fallecido hacía demasiado tiempo como para tener alguna relación con esa mujer, que no debía tener más de 30 años. Lo más probable era que simplemente algo le hubiera afectado terriblemente y dio la casualidad de que fue al museo justo antes de llevar a cabo la trágica acción, quizás en un vano intento de que alguien la disuadiera de detenerse, escuché en alguna parte que es algo común en este tipo de situaciones.
Pasaron años y años, meses y meses, y durante ese tiempo pude ser testigo de cómo algunos enloquecían ante el retrato, otros se sumían en la más profunda tristeza, unos morían por dentro, los cuales perdían el brillo de sus ojos y quedaban como vacíos y otros simplemente asentían comprensivos. No todo era malo, también había personas que salían con la más radiante sonrisa, como si de repente hubieran logrado encontrar el gran secreto de la felicidad.
Por mi parte, dejé de trasladarme de sala en sala, hubo un momento en el que necesitaba estar cerca de donde se encontraba el cuadro. Siempre miraba las expresiones de todos los que se detenían a contemplarlo con máxima atención. Después de todo lo que había llegado ver, aún no estaba seguro sobre la autenticidad de la leyenda y, sin embargo, jamás me atreví a examinarlo por mí mismo.


L.

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